En países como Chile o España, algunos medicamentos cuestan entre hasta 480 % menos que en Colombia.
En Colombia, los ciudadanos pagan hasta un 225 por ciento más por el valor de los medicamentos más comunes. Foto: Bernardo Toloza / EL TIEMPO |
Por: Juan Gossaín / 28 de noviembre 2018
Los lectores habituales de estas crónicas habrán notado que nunca uso los signos de admiración. Ello se debe a que en este mundo frenético ya no queda nada de qué admirarse. Y, sobre todo en este país nuestro, la corrupción ya no ha dejado ningún abuso que no se haya cometido. Hemos cubierto la gama completa de los atropellos humanos. No queda campo para el asombro.
De manera que si hoy acudo a ponerle admiraciones a mi propio título, es porque la gente ya no aguanta más trampas en el sistema de salud. Se han roto todas las barreras, superado todos los desmanes, cometido todos los agravios. La crisis está reventando por todas partes.
Para no ir muy lejos, si hiciera falta una muestra, o si se necesitara un ejemplo, aunque sea uno solo, ahí tenemos a Saludcoop, que llegó a ser la más grande y poderosa empresa colombiana de su género. Su primer presidente está hoy en la cárcel, y su último gerente también.
La gente está indignada. Más que indignada, furiosa. A los hospitales no les pagan y a los médicos, tampoco. Los laboratorios clínicos y los de radiografías ponen el grito en el cielo. Las colas de pacientes son tan largas que, según dice el pueblo, “parece que estuvieran regalando algo”. Y lo que más rabia da es precisamente que la gente no está mendigando un regalo, sino reclamando un derecho. No se trata de caridad, sino de justicia.
Los remedios
¿Han visto ustedes –o han padecido en carne propia– lo que está pasando con los medicamentos que las empresas de salud les entregan a sus usuarios? ¿No se han percatado de lo que ocurre con las cajitas de pastillas?
Entonces, espérenme y les cuento el cuento. Resulta que cada dos o tres meses va usted a una revisión actualizada con el médico que le asigna su seguro pagado, las famosas EPS. El doctor lo examina, le toma la presión, repasa sus antecedentes en el computador y luego le escribe una receta para el próximo mes. Recetar por mes es la medida más común en un tratamiento extenso.
Un ciudadano de Montería me escribe para contarme esta triste historia: usted va a la farmacia escogida por la EPS a que le entreguen las drogas. Tiene que ir varias veces porque nunca hay, están atrasadas, no han llegado. Al fin le dicen: “Ya llegaron los medicamentos, pero ahora su receta está vencida”. Y mientras se la actualizan, vuelven a acabarse…
Parece un chiste. Sería cómico si no fuera trágico.
El ‘cuento de las 28 pastillas’ es una práctica comercial de laboratorios y empresarios
¿28 o 30?
En ese momento, usted descubre que la cajita de Tutiplén RH, un analgésico que sirve para controlar los dolores de la artritis, trae solo 28 pastillas. (Hasta donde yo sé, el único mes que tiene menos de treinta días es febrero, que se llama así por las antiguas februas, que eran las fiestas de purificación en el Imperio romano).
¿Ya cayó en la cuenta? Entre el laboratorio que las fabrica y el seguro de salud, le quedan debiendo a usted dos pastillas por cada mes. Usted está obligado a comprar otra caja, con plata de su propio bolsillo, para añadir las que faltan y completar el tratamiento.
De esa manera –me dice un eminente médico que pide omitir su nombre–, entre los fabricantes y la EPS manipulan las recetas para mejorar su rentabilidad.
Otro doctor me señala lo mismo con palabras ligeramente distintas: “El ‘cuento de las 28 pastillas’, como se le conoce ya en la picaresca hospitalaria, es una práctica comercial de laboratorios y empresarios de la salud para inducir al paciente a mayores consumos”.
El riesgo de guardar
Por su parte, la señora Mari, una funcionaria oficial del sistema de salud –gran colaboradora de estas crónicas, por cierto–, ha investigado con dedicación y paciencia el tema de las 28 pastillas.
Los médicos verdaderos –comenta ella– saben perfectamente para qué sirve el remedio que formulan, pero por lo general no saben cuál es la presentación de cada producto ni cuántas tabletas trae una caja. Ese no es un asunto científico, sino comercial, y lo negocian entre el fabricante, la empresa aseguradora y el distribuidor farmacéutico.
De manera, pues, que a usted le quedan sobrando, por mes, 26 pastillas de la caja que le tocó comprar. En este momento de la conversación, como buena ama de casa, la señora Mari se pregunta: “¿Quién no guarda en su mesita de noche los medicamentos que le sobran, por si acaso después los necesita?”
Allí es donde nace, por desgracia, uno de los peores problemas de la salud entre los colombianos: el mal uso, por olvido o por confusión, de los medicamentos guardados. “Incontables casos de esos se ven a diario”, concluye la señora Mari, “sobre todo cuando se trata de antibióticos”.
Las tres baterías
El director de una clínica de Bogotá, médico acucioso para observar la vida diaria, me hace una serie de comentarios bien interesantes cuando le pregunto por ‘el cuento de las 28 pastillas’.
Son los abusos comerciales del mercadeo –sostiene él–. Usted necesita tres baterías tipo A, porque su linterna usa tres. Va a buscarlas en el almacén de la esquina y tiene que comprar cuatro porque vienen en paquetes de dos pilas cada uno, y ellos y la tienda no los van a fraccionar.
Lo mismo pasa con una receta de treinta pastillas mensuales pero solo le entregan 28. “Eso no es ciencia médica, ni servicio social ni nada de eso”, remata el doctor. “Es puro y simple abuso del mercadeo, que nadie controla ni sanciona”.
Es entonces cuando se me ocurre hacerles a todos mis entrevistados una pregunta que me parece obvia: si solo vienen 28, y el doctor ordena 30, ¿por qué la EPS no agrega dos pastillas más y queda resuelto el conflicto? Porque entonces no habría más ganancia de plata, me responden todos.
Hablemos de precios
Hace casi siete años, en estas mismas páginas se publicó una crónica mía titulada ‘En Colombia es más barato un ataúd que un remedio’. En ella se comparaban los precios que algunos medicamentos tenían en Colombia y en otros países de la región y del mundo.
De inmediato, en aquella ocasión, el Gobierno Nacional y los propios laboratorios reaccionaron anunciando rebajas. Brillaron las promesas. La verdad es que bajaron. Pero por poco tiempo.
Como ocurre siempre, calmaron a la gente por unos meses y después, cuando ya todo el mundo se había descuidado, volvieron a subir. Por eso ahora, en este momento, para evitar que siga pasando lo mismo, me tomé nuevamente el trabajo de averiguar en varias ciudades del país y compararlos con los de otros países del mundo.
A continuación les presento los resultados de esa búsqueda, no sin antes dar las gracias más sinceras a quienes me colaboraron en esta tarea, ya fuera en las diferentes regiones colombianas o en el exterior.
El descontrol de la presión
Los médicos con quienes tuve ocasión de conversar, todos los cuales tienen contratos con las empresas de salud, me dijeron que hay dos enfermedades serias que en nuestro país se han vuelto muy comunes en los últimos años, sobre todo entre mayores de edad, que constituyen la enorme mayoría de los usuarios de dicho sistema.
Esas dolencias son los crecientes niveles de azúcar en el organismo (diabetes) y los desórdenes de la presión arterial, especialmente hacia arriba, que es la hipertensión, conocida popularmente como presión alta.
De manera, pues, que en esta oportunidad me ocupé de investigar los precios de algunos medicamentos empleados en esos dos casos. Estos son los resultados.
Para controlar la presión arterial:
Diován de 80 miligramos. La caja de 28 pastillas cuesta en Colombia $ 35.150, pero en el Canadá vale el equivalente a 24.160 pesos colombianos. La diferencia en contra nuestra es del 69 por ciento.
Si vamos más lejos, la misma cantidad del mismo medicamento con los mismos miligramos corresponde en Turquía a $ 15.160, lo cual indica que la diferencia es todavía mayor: el 130 por ciento. En la remota Australia vale $ 24.000 y en el vecino Ecuador, $ 26.090. (A nosotros nos cobran 74 por ciento más que a los ecuatorianos).
Aldactone. También para controlar la presión arterial. Caja de 30 tabletas de 25 miligramos. En Colombia, $ 38.600. En Francia cuesta la equivalencia de 13.000 pesos y en España, 8.000. Lo cual significa, en plata blanca (aunque a veces parece plata oscura), que a nosotros nos vale 296 por ciento más que a los franceses y, todavía peor, 480 por ciento más que a los españoles. Con esos atropellos, a cualquiera se le descontrola la presión.
El precio de la diabetes
También para los vaivenes arteriales de la presión pregunté por el medicamento llamado Dilatrend. En este caso se trata de 28 pastillas de 25 miligramos. En Colombia vale oficialmente 105.000 pesos y en Ecuador equivale a 60.200 de los nuestros. Lo cual traduce, ya que los números no mienten ni cambian, que aquí pagamos 75 por ciento más que allá.
Pasemos a la diabetes, ese grupo de enfermedades que se producen cuando se acumula un exceso de azúcar en la sangre. Quince cápsulas de Glimepirida, de 2 miligramos, valen en Colombia 67.000 pesos y en Uruguay, 24.400 pesos. Diferencia: a nosotros nos cobran casi el triple que a los uruguayos.
Janumet. 56 pastillas de 50 miligramos/850. En Colombia vale 140.000 pesos, que es un 225 por ciento más caro que en Chile, donde cuesta 62.000 pesos.
Epílogo
Ya no cabe un abuso más en este país. Colombia se nos llenó de rufianes y gente desalmada, pero no desarmada. Mientras pienso en la muerte del señor Pizano –el valioso y valeroso testigo del caso Odebrecht– y en la muerte de su hijo, aquí, solito en mi estudio, aterrado, pienso también en mis tres nietos y en los muchachos que están por nacer; levanto la vista al cielo, a través de la ventana, y me hago esta pregunta: “¿adónde iremos a parar?”
Le muestro el original de esta crónica a un amigo entrañable. “Nos entregan los remedios incompletos y caros”, comenta él, con aire sombrío. “Pero el cianuro es barato y abundante”.
JUAN GOSSAÍN - ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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